jueves, 7 de julio de 2011

Un paso necesario y urgente

Un paso necesario y urgente


DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR A UN CATOLICISMO POPULAR:
un paso necesario y urgente para fortalecer la fe de las masas católicas y evitar que se derrumben ante el acoso sistemático de los grupos proselitistas y la vasta gama de la Nueva Era y el indiferentismo religioso.

Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap


Dos mundos diferentes
¿En qué consiste la religiosidad popular? En una mezcla entre catolicismo, creencias y prácticas ancestrales, supersticiones, espiritismo, magia, brujería y un sinfín de cosas que no tienen nada que ver con la auténtica fe católica; en concreto, se trata de una versión católica de la religiosidad natural, un paganismo con pantalla cristiana, en que hay de todo: valores y antivalores, verdades y errores; fruto de abandono e ignorancia. Los mismos elementos cristianos son interpretados y vividos de manera diferente, según las costumbres de cada pueblo, su cosmovisión y sus tradiciones religiosas.
¿Qué entendemos por “catolicismo popular”? Un verdadero catolicismo con auténticos contenidos cristianos, entendidos, vividos y expresados a la manera popular, en el lenguaje propio de cada pueblo, teniendo en cuenta su cultura particular, sin los tecnicismos propios de los expertos, que manejan un lenguaje filosófico y teológico propio de otras épocas y culturas.
Pues bien, éste es el gran reto que hoy en día se presenta a la Iglesia: hacer todo lo posible por transformar la religiosidad popular de nuestras masas católicas en un catolicismo popular, es decir, en un catolicismo auténtico, con ideas claras acerca de Dios (unidad y trinidad de Dios), el hombre y la naturaleza, y acerca de la centralidad de Cristo en orden a la salvación.


Sociedad plural
“Una tarea de titanes”, pensará alguien. Claro que se trata de una tarea muy difícil y complicada. De todos modos, tenemos que caer en la cuenta de que se trata de una tarea necesaria y urgente, puesto que estamos viviendo en un mundo plural, conflictivo y proselitista.
Por lo tanto, si nosotros no nos decidimos a purificar la fe de nuestro pueblo, otros se encargarán de hacerlo, para acusarnos después, en el mejor de los casos, de haber sido demasiado indulgentes con nuestra gente, dejándola en un estado de incertidumbre e ignorancia, por faltarnos un verdadero interés por su bienestar espiritual.
Con las consecuencias que todos conocemos, es decir, un éxodo generalizado hacia otras propuestas religiosas de parte de nuestras masas católicas, que, al descubrir por otros caminos la realidad de la fe cristiana, se sentirán avergonzadas del estado de confusión en que han sido relegadas durante siglos por sus pastores, al no haberlas sabido (o querido) educar en la auténtica fe católica, y fácilmente nos abandonarán en busca de aires más puros.

Reclamos del Evangelio
Además, están los reclamos del Evangelio, que nos invitan a ser precavidos en dispensar los bienes sagrados, evitando el peligro de dar las perlas a los cochinos. Es suficiente notar qué pasa cuando en algún templo hay una capilla reservada para el Santísimo. Casi siempre está desierta, puesto que la gente no entiende en realidad de qué se trata. Pero, ¿qué tal con las estatuas e imágenes, que más le llaman la atención o son consideradas “milagrosas”? Casi siempre están rodeadas de devotos, que les rinden honores y les piden favores.
Y de todos modos, sea a los unos que a los otros se les administran los sacramentos, como si se tratara de puros ritos, que automáticamente tuvieran el poder de producir determinados efectos, sin la necesidad de una participación consciente y activa de parte de los interesados. De esa manera, se están dando las perlas a los cochinos, como si la Eucaristía fuera un objeto sagrado y nada más, una especie de pan bendito.
Puesto que se trata de algo generalizado entre nuestros feligreses, a veces me pregunto: “¿Qué pasaría si viniera San Pablo y viera todo esto?”. No dudo en que quedaría simplemente horrorizado al notar de nuestra parte tanta apatía al respecto, en lugar de hacer todo lo posible por ayudar a nuestra gente a “discernir el Cuerpo del Señor” (1Cor 11, 27-29).

Mensajes confusos
De hecho, esto es lo que está pasando entre nosotros: que al pueblo se le están enviando señales débiles con mensajes confusos. Se piensa: “La gente no va a entender en qué consiste realmente la fe católica; mejor dejarla como está, con sus creencias y prácticas, por cierto poco ortodoxas, pero al mismo tiempo muy efectivas para tenerlas amarradas de alguna manera a la Iglesia; que siga con sus imágenes y estatuas tan apreciadas y queridas; felices ellos y felices nosotros”. Y para que el Santísimo no se quede solo, sin que nadie le haga caso, se le busca un lugarcito entre las imágenes más taquilleras y apreciadas por sus devotos. A veces sobre el mismo sagrario se pone la estatua de algún santo famoso, para llamar más la atención de los feligreses. Y así aumenta la confusión entre la gente, que menos entiende la diferencia entre las imágenes y el Santísimo.
Lo mismo pasa con relación a los demás enredos de la religiosidad popular. Sencillamente no se habla del asunto y cada quien sigue creyendo y haciendo lo que quiere, pasando con toda tranquilidad de los servicios que ofrece el cura a los servicios que ofrecen el hechicero, el espiritista, el adivino o el pastor evangélico. “A ver quién le pega al clavo”, piensa la gente. Y nosotros mirando, callando y dedicándonos a nuestros ritos.
Parece que, entre nosotros, ésta sea la regla general: “Yo como, tú comes, él come, nosotros comemos, etc.” ¡Qué manera tan cínica de ver y enfrentar los problemas de la ignorancia del pueblo, la tolerancia religiosa y el ecumenismo! Dicho en otras palabras: “Aquí no pasa nada: cada quien se dedica a lo suyo y todos tenemos lo suficiente para pasarla bien y vivir en santa paz”.
“¿Y el pueblo que nos ha sido confiado?- me pregunto-. ¿Es suficiente concretizarnos a darle los sacramentos, sin fijarnos si, al momento de recibirlos, nuestra gente está consciente de su sentido real y está en grado de aprovecharlos? ¿Y su seguridad ante las demás propuestas religiosas?” Es tiempo de que empecemos a manejar las cosas sagradas con sentido de responsabilidad, dejándonos de pretextos y justificaciones teológicas que no vienen al caso. Es tiempo también de ayudarlo a entender nuestra identidad con relación a las demás propuestas religiosas.

Movimientos eclesiales y grupos apostólicos
Gracias a Dios, en esta tarea tan urgente y necesaria, no nos encontramos completamente en ayunas. Ya están trabajando los movimientos eclesiales y los grupos apostólicos. El laicado lleva la batuta, apoyado por algunos pastores, conscientes del problema. Y aquí me viene una duda: “¿Por qué de parte de los demás pastores aún hay tanta resistencia en contra de este tipo de catolicismo?” ¿No será porque intuyen que en sus ambientes se respira un aire muy diferente del que se respira en la así llamada “religiosidad popular”, a la que están tan acostumbrados?
En este contexto, yo veo muy providencial la presencia en la Iglesia de la Renovación en el Espíritu Santo, el Camino Neocatecumenal, los Focolares, Comunión y Liberación, Cursillos de Cristiandad, el Movimiento Familiar Cristiano, la Escuela de la Cruz, el Movimiento Eclesial “Apóstoles de la Palabra” y tantas otras organizaciones apostólicas más. Aunque la mayor parte de sus miembros duran en ellas solamente algún tiempo y después se retiran por distintas razones, de todos modos logran entender y aprender a vivir suficientemente bien los contenidos fundamentales de la fe católica, poniendo las bases de un verdadero “catolicismo popular”, presupuesto necesario para que alguien pueda volverse en auténtico discípulo y misionero de Cristo.

Aspecto masivo y festivo
Alguien podría objetar que, en el esfuerzo por realizar este cambio en las masas católicas, corremos el riesgo de quedarnos sin nada, puesto que una de las características fundamentales de la religiosidad popular es el aspecto masivo y festivo de sus manifestaciones de fe. Pues bien, no hay que preocuparse, puesto que lo mismo pasa también con el catolicismo popular.
En realidad, mientras por un lado la religiosidad popular se caracteriza por las procesiones, las fiestas patronales y los santuarios, por el otro el catolicismo popular cada día se va definiendo siempre más por los encuentros de oración, los retiros espirituales, las convivencias y los congresos. Como se ve, masas por un lado y masas por el otro; estilo festivo por un lado y estilo festivo por el otro. La diferencia está en los contenidos, los resultados y la manera de celebrar los distintos eventos, con o sin borrachera, con o sin un verdadero encuentro con Dios y los hermanos.

Imaginación y creatividad
Otro dato importante: las mismas manifestaciones de fe de la religiosidad popular pueden volverse evangelizadoras, siempre que, de parte de los responsables, haya un verdadero interés en tal sentido. Por ejemplo, en las procesiones, aparte de llevar la estatua del santo, se pueden representar también las distintas etapas de su vida mediante carros alegóricos. Además, antes o después de las mismas, alguien, disfrazado del santo o la santa que se festeja, puede dar un testimonio de su vida. De esa manera, la distancia entre la religiosidad popular y el catolicismo popular se va reduciendo cada día más.
Lo mismo se puede hacer con relación a los santuarios, que se pueden transformar en auténticos centros de evangelización a nivel popular, poniendo a disposición de los visitantes agentes de pastoral que los instruyan acerca del sentido de la peregrinación y los ayude a no desperdiciar una oportunidad tan preciosa para dar un paso en adelante en su relación con Dios, preparándolos, por ejemplo, para una buena confesión.
Como se ve, todo es cuestión de imaginación y creatividad, teniendo bien claro en la mente qué se pretende al apoyar la religiosidad popular, bien conscientes de sus fallas y al mismo tiempo de sus enormes posibilidades en orden a la maduración espiritual de las masas católicas.


Conclusión
Es tiempo de empezar a preocuparnos seriamente por el futuro de nuestras masas católicas, evitando todo tipo de discriminación, como si se tratara de eternos infantes, incapaces de entender y vivir plenamente los auténticos contenidos del Evangelio. Es tiempo de dejar a un lado la actitud irresponsable y paternalista que siempre nos ha caracterizado, relegándolas en el estado de postración en que se encuentran actualmente, sumidas en la así llamada “religiosidad popular”.
La pregunta es: “Si los amigos de la competencia logran levantarlas, ¿por qué no lo vamos a lograr nosotros?” ¿Por falta de tiempo? ¿Falta de recursos? ¿Falta de método? ¿Dejadez? ¿O por no contar con estructuras pastorales adecuadas para enfrentar con éxito la actual problemática eclesial?
Es tiempo de hacer un análisis serio acerca de la situación concreta en que nos encontramos como Iglesia y tomar las medidas correspondientes, antes que sea demasiado tarde, antes que nuestras masas católicas, otrora tan gloriosas, se derrumben ante el pico demoledor de la competencia o se diluyan en la amplia gama de la Nueva Era y el indiferentismo religioso. Ya basta de manejar el acostumbrado discurso demagógico, disfrazado de alta teología. Es tiempo de poner mano al arado y empezar a trabajar seriamente para fortalecer la fe de nuestras masas católicas e impedir su colapso ante los peligros que las amenazan.